Carta Pastoral para la Fiesta de la Resurrección del Señor 2024.

† NICOLAE

por las misericordias de Dios

Arzobispo de la Arquidiócesis Ortodoxa Rumana de los Estados Unidos de América y Metropolitano de la Metropolia Ortodoxa Rumana de las Dos Américas

A los Amados Clérigos y Cristianos Ortodoxos de nuestra Santa Arquidiócesis

paz y esperanza inquebrantable en Cristo el Señor Resucitado

y de nosotros bendiciones jerárquicas.

 

“Pero ahora Cristo ha resucitado de los muertos y se ha convertido en las primicias de aquellos que se han dormido. Pues ya que por un hombre vino la muerte, por un Hombre también vino la resurrección de los muertos. Porque, así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” (1 Cor. 15:20-22)

Muy Reverendos Padres, Amados Fieles

¡Cristo ha resucitado!

  Damos gloria a Dios que nos ha permitido una vez más pronunciar estas palabras que proclaman a todos la Resurrección de Cristo, el milagro que cambió el destino de la humanidad y del mundo, la maravilla que reveló la victoria de la vida sobre el pecado, el sufrimiento y la muerte, y la posibilidad del hombre de pasar de esta vida a la vida eterna como nos dice San Pablo el Apóstol: “Y Dios, que levantó al Señor, también nos levantará a nosotros por su poder” (1 Cor. 6:14).

  Juntos hemos pasado por los días dolorosos de la Semana Santa de la Pasión del Señor para poder proclamar en la mañana de la Resurrección el milagro del levantamiento del Señor de la tumba. Por lo tanto, es apropiado que ahora reflexionemos sobre el significado de la Crucifixión, Muerte y Resurrección de Jesús Cristo el Salvador.

  Los Santos Evangelios representan estos eventos como cumpliendo la palabra del Salvador no entendida por los Santos Apóstoles: “Desde ese tiempo Jesús comenzó a mostrar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas de los ancianos y principales sacerdotes y escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mateo 16:21, Marcos 8:31, Lucas 9:22). San Cirilo de Alejandría muestra el significado de la Pasión del Sin pasiones: Llevaron al Dador de Vida a la muerte. Y esto se hizo por nosotros a través del poder divino y la economía que está por encima de todo pensamiento… Pues la pasión de Cristo se transformó en un medio de victoria sobre la muerte y la muerte del Señor se hizo el comienzo de la renovación de la humanidad hacia la incorruptibilidad y la nueva vida. Llevando sobre sus hombros la madera en la que sería crucificado, avanza siendo condenado de antemano a muerte y llevando este juicio sobre sí mismo solo por nosotros. Pues tomó sobre sí la condena que justamente pendía sobre los pecadores con base en la Ley. Pues se hizo maldito por nosotros, pues “Maldito es todo el que cuelga de un árbol” como está escrito (Gál. 3:13).[1] El Que descendió del cielo, el Hijo de Dios en cuya imagen fue creado el hombre, el Que se humilló tomando forma de siervo (Fil. 2:7), aceptó hasta el final tomar sobre sí la condición humana. El pecado de Adán significó alienación de Dios, alejamiento del Creador y fuente de vida que trajo consigo la muerte. En lugar de vida abundante, el hombre vino bajo la condena de la muerte. Y para que la muerte no reinara más, para la sanación de la condena, Cristo el Dios-Hombre aceptó la crucifixión en la madera de la cruz: Él Que no conoció pecado fue maldito por nosotros para que nos librara de la maldición antigua.[2]

  A través de Su sacrificio y muerte en la cruz, nos muestra cuánto nos ama. A través de este sufrimiento que trae salvación a toda la humanidad, Cristo nos prueba que derribó el muro divisorio entre nosotros y el Padre en palabras de San Cirilo de Alejandría: Después de todas estas cosas contra Cristo el Salvador fueron cumplidas y Él ha dado Su vida por nosotros, de ahora en adelante aquellos que adoran a Cristo serán enriquecidos en toda sabiduría, en todo conocimiento y en todas las palabras, recibiendo el conocimiento de Su misterio sin turbación y libre de cualquier sombra.[3] Aunque Cristo estaba en la tumba en Su cuerpo, con Su alma descendió al Hades para liberar a aquellos detenidos bajo el poder de la muerte. El descenso al Hades es un evento de importancia cósmica como nos enseñan los Santos Padres: el cuerpo más puro del Señor fue colocado en la tierra como un faro brillante y su radiante imparable y poderoso esplendor expulsó la oscuridad que había reinado en el infierno e iluminó los confines de la tierra… Brillando hasta los confines de la tierra, el radiante impactante de la Divinidad mortificó a la muerte y al infierno… Y ahora todo: cielo, tierra y las partes más bajas han recibido la luz de la serena gloria de la Santísima Trinidad. Por el calor de esta Luz Divina es el hombre, el mundo y toda la creación vivificados, celebrando y regocijándose con exaltación inefable.[4]

  El Que fue crucificado, muerto y puesto en una nueva tumba no fue retenido por la muerte. El Dador de Vida, Vida en Su naturaleza, no pudo sufrir corrupción. Él, que se sometió a las leyes de nuestra naturaleza y tomó sobre Sí la consecuencia última del pecado, la muerte, dio vida a la naturaleza que necesitaba vida, nuestra naturaleza humana.[5] Confesamos esto junto con San Basilio el Grande: [Él] resucitó al tercer día haciendo camino para toda carne hacia la resurrección de los muertos, pues no era posible que el Autor de la vida fuera retenido por la corrupción, que Él pudiera ser las primicias de aquellos que se han dormido, el primogénito de los muertos, que Él pudiera ser en todas las cosas el primero entre todos.[6] Y junto con San Juan Crisóstomo: ¡Oh muerte!, ¿dónde está tu aguijón? ¡Oh infierno, dónde está tu victoria? Cristo ha resucitado y tú has sido derrocado… Cristo ha resucitado y la vida reina.[7]

Muy Reverendos Padres, Amados Fieles,

  Compartiendo estas explicaciones de los Santos Padres, debemos entender que la Muerte del Salvador es la fuente de nuestra muerte al pecado y Su Resurrección la fuente de nuestra resurrección con Cristo hacia la eternidad. San Pablo el Apóstol nos asegura esto: Si entonces fueron resucitados con Cristo, busquen las cosas que están arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Pongan su mente en las cosas de arriba, no en las cosas de la tierra. Porque murieron y su vida está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:1-3). La proclamación de la Resurrección del Señor debe ser para cada cristiano la fuente de una vida diferente vivida junto al Señor Resucitado por nosotros y por nuestra salvación. El que cree en la Resurrección se convierte en un imitador del Resucitado, ya no siendo retenido por el pecado y la muerte, deseando las cosas celestiales: Haz como Él también hizo, ama lo que Él amó y encontrando en ti la gracia de Dios, ama en cambio tu naturaleza en Él, pues como Él al hacerse pobre no perdió Sus riquezas, al humillarse no disminuyó Su gloria y al morir no perdió la eternidad, así tú también debes caminar en Sus pasos: despreciando las cosas terrenales para que puedas ganar las celestiales.[8]

  Los invito a todos, sacerdotes y fieles, a compartir con nuestros hermanos en estos días de la Resurrección esta esperanza de nuestra resurrección con Cristo. Proclamando unos a otros que ¡Cristo ha resucitado! que lo hagamos con nuestra alma llena de esperanza que el Señor Resucitado traerá paz y buen entendimiento a nuestro mundo también.

  Los abrazo a todos en Cristo el Señor Resucitado y les deseo salud y felices fiestas.

  ¡Verdaderamente Él ha resucitado!

Vuestro hermano en oración a Dios

† Metropolitano NICOLAE

  Chicago, la Fiesta de la Resurrección del Señor 2024

[1] San Cirilo de Alejandría, Comentario al Evangelio de San Juan, PSB 41, p. 774.

[2] Ibid.

[3] Ibid, p. 784.

[4] N. Vasiliades, Tainstvo smerti, p. 182 en Metropolitano Hilarion Alfeyev, Cristo el Conquistador del Infierno. El Descenso al Hades desde una Perspectiva Ortodoxa, St. Vladimir’s Seminary Press, 2009, p. 213.

[5] Cf. Ibid, p. 787-788.

[6] Liturgia de San Basilio el Grande.

[7] Palabra de enseñanza de nuestro santo padre Juan Gură de Aur, arzobispo de Constantinopla, en el día santo y luminoso de la gloriosa y salvadora Resurrección de nuestro Dios Cristo.

[8] San León el Grande, Predicas en la Natividad y la Manifestación del Señor y durante el período de Pentecostés, Editorial Reîntregirea, Alba Iulia, 2016, p. 182-183.